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rrumpí, con más viveza de la necesaria para enterarme.

Mi vivacidad le asustó. Respondióme inquieto que su penetración no había llegado tan lejos; pero que habiendo observado, después de varios días, que el tal extranjero iba asiduamente al bosque de Bolonia, se apeaba del coche, se internaba solo por las alamedas y parecía buscar la ocasión de ver o encontrarse con la señorita, se le había ocurrido entablar relación con alguno de sus criados para saber su nombre; que le trataban de príncipe italiano, y que tenían la sospecha de alguna aventura galante; que no pudo procurarse más noticias —añadió temblando—porque el príncipe salió del bosque y, acercándose familiarmente a él, le había preguntado su nombre; después de lo cual, como si hubiese adivinado que estaba a nuestro servicio, le felicitó por servir a la persona más encantadora del mundo.

Impaciente esperaba la continuación de este relato. Terminole con excusas tímidas, que yo atribuí a mis imprudentes agitaciones. En vano insistí en que continuara sin ocultarme nada. Aseguró que no sabía más, y que como lo que me había contado ocurrió la víspera, no había vuelto a ver a las gentes del príncipe. Le tranquilicé, no sólo elogiándole, sino dándole una propina; y sin mostrar la menor desconfianza de Manon, le recomendé, con tono más tranquilo, que vigilara todos los pasos del extranjero.

En el fondo, su miedo me inspiró grandes duThe alby