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mer. El gusto con que do había ejecutado me había parecido tan natural, y su alegría era tan poco afectada, que no pudiendo conciliar apariencias tan reiteradas con el proyecto de una negra traición, estuve tentado más de una vez de abrirle mi pecho y descargarle de un peso que ya empezaba a molestarme. Pero tenía la esperanza que fuese ella la que se franquease, y gozaba de antemano con aquel triunfo.

Entramos nuevamente en su gabinete. Ella se puso a retocar mi cabeza, y yo, complaciente, prestábame a todos sus caprichos, cuando vinieron a avisarle que el príncipe de quería verla. Aquel nombre me sacó de mis casillas. "¿Qué es eso?

—exclamé rechazándola—. ¿Quién es? ¿Qué príncipe?" Ella no respondió a mis preguntas. "¡Querido mío! Yo, que te adoro—repuso en un tono encantador—, te pido que seas complaciente un momento. ¡Un momento, un solo momento! Te amaré mil veces más y te lo agradeceré toda mi vida." La indignación y la sorpresa paralizaron mi lengua. Ella repetía sus ruegos y yo buscaba expresiones para rechazarlos con desprecio. Pero, habiendo oído abrir la puerta de la antesala, empuñó con una mano mis cabellos, que caían sobre mis hombros; en la otra cogió su espejo; con toda su fuerza me arrastró hasta la puerta del gabinete y, abriéndola con la rodilla, ofreció al extranjero, a quien el ruido había hecho detenerse en medio del cuarto, un espectáculo que debió cauSay