"Sus promesas—me dijo—son más bien un acicate para la venganza que una muestra de amor." Le pregunté si tenía intención de aceptar el palacio y el coche. Respondióme que no quería sino su dinero.
Lo difícil era sacarle lo uno sin lo otro. Decidimos esperar a que G M explicase por completo su plan en una carta que había prome tido escribirle. Recibióla ella, en efecto, al día siguiente por conducto de un lacayo sin librea, que, con mucha habilidad, encontró ocasión de hablarle sin testigos. Mi dueño le dijo que esperara su contestación, y me entregó la carta. La abrimos juntos.
Aparte los lugares comunes de ternura, contenía en detalle las promesas de mi rival. No limitaba su gasto; se comprometía a entregarle diez mil libras al tomar posesión del palacio, y a ir reponiendo las bajas de esta suma, de modo que siempre tuviera la misma cantidad en dinero contante y sonante. No aplazaba mucho la fecha de la entrega. Sólo le pedía dos días para los preparativos, y le indicaba el nombre de la calle y del palacio donde le prometía esperarla en la tarde del segundo día si ella lograba escapar a mi vigilancia. Este punto era el único sobre el cual le rogaba le tranquilizase; de todo lo demás parecía seguro; pero agregaba que si ella prevefa alguna dificultad para escaparse, él hallaría medio para facilitar la fuga.
G M era más astuto que su padre. Que Sky
