ría tener la presa antes de entregar el dinero.
Deliberamos sobre la conducta que debía seguir Manon. Hice aún esfuerzos para quitarle aquella idea de la cabeza, advirtiéndole todos los peligros; pero nada bastó para quebrantar su resolución.
Contestó a G M, en pocas palabras, diciéndole que no le sería difícil estar en París el día indicado, y que podía esperarla con seguridad.
Convinimos luego en que yo saliera inmediatamente a alquilar una habitación en algún pueblo del lado opuesto de París, y que trasladase a seguida nuestro equipaje; que al día siguiente, por la tarde, que era el de la cita, ella iría temprano a París; que después de recibir los regalos de G M le rogaría con insistencia que la llevase al teatro; que tomaría consigo cuanto pudiera del dinero y que el resto se lo daría a mi criado, que habría de acompañarla. El criado era el mismo que la librara del hospital, y que nas era de una fidelidad absoluta. Yo debía estar con un coche de alquiler en la entrada de la calle de San Andrés de los Ancos, dejándole allí sobre las siete para adelantarme en la obscuridad hasta el teatro. Manon me prometió inventar algún pretexto, a fin de salir un instante del palco, aprovechándole para reunirse conmigo. La ejecución de lo demás era fácil. En un momento tomaríamos mi coche y saldríamos de París por el arrabal de San Antonio, que era el camino de nuestra nueva morada.
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