do nada, volví a mi coche, sin atreverme a adoptar resolución ninguna.
El cochero, al verme, se adelantó algunos pasos para decirme, con aire misterioso, que me esperaba hacía una hora en el coche una linda señorita; que había preguntado por mí, dándole unas señas por las cuales no dudó en reconocerme, y que habiéndole dicho que yo había de volver, re pondió que no se impacientaría esperándome.
En seguida me figuré que sería Manon. Acerquéme; pero vi un lindo rostro que no era el suyo. Era una desconocida, que empezó por preguntarme si yo era el caballero Des Grieux. Le dije que aquel era mi nombre. "Tengo que entre garos una carta—repuso ella—, que os indicará el objeto que aquí me trae y por qué circunstancia conozco vuestro nombre." Le rogué que me diera tiempo para leerla en una taberna próxima. Ella quiso seguirme, y me aconsejó que pidiera una habitación reservada.
—¿De quién es esta carta?—pregunté mientras subíamos.
Ella me dijo que lo sabría al leerla.
Reconocí la letra de Manon. He aquí, sobre poco más o menos, lo que me decía: “G M la "había recibido con una cortesía y una magnifi"cencia de que no se había formado ni remota idea. La había colmado de regalos. Le hacía "entrever una suerte de reina. Me aseguraba, sin "embargo, que no me olvidaría en medio de su "muevo esplendor; pero como no pudo convencer ially
