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que fué a avisarla, entró en una gran casa, donde le encontró jugando al "piquet" con una señora muy guapa, y que ambos le encomendaron la misión de entregarme la carta, después de indicarle el sitio en que encontraría mi coche. Preguntéle si no le habían dicho nada más. Ella me respondió, ruborizándose, que le habían hecho creer que me tomaría por compañera. "Te han engañado—le dije, te han engañado, pobre hija mía. Eres mujer, necesitas un hombre; pero necesitas uno que sea rico y feliz, y no es aquí donde puedes hallarle. Vuelve, vuelve a casa de G M. El tiene todo lo que es preciso para hacerse amar de las bellas: puede dar palacios, coches. Yo, por mi parte, sólo puedo ofrecer amor y constancia; las mujeres desprecian mi pobreza y juegan con mi inocencia." Añadí mil cosas más, tristes o violentas, según el imperio de las pasiones que alternativamente me agitaban. Sin embargo, a fuerza de atormentarme, mi furor se calmó lo bastante para permitirme reflexionar. Comparé esta última desgracia con las demás que había sufrido del mismo género, y no encontré mayor motivo de desesperación que en las primeras. Conocía a Manon. ¿A qué afligirme tanto por una desventura que debí prever? ¿Por qué no emplearme más bien en remediarla? Aún era tiempo; por lo menos, no debía escatimar ningún esfuerzo, para no tener que reprocharme el haber contribuído a mis penas con mi abandono. En seguida me puse a considerar los Tatry