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Į 158 dome en una silla—; apenas si tengo fuerzas para sostenerme y hablar." Ella no me respondió; pero cuando me vió sentado cayó de rodillas y apoyó su cabeza en las mías, escondiendo la cara entre mis manos. Sentí que sus lágrimas las humedecían. Cielos! ¡Qué agitación la mía! "Ah, Manon, Manon!—exclamé suspirando—. Es tarde para llorar después de haberme causado la muerte. Finges una tristeza que no eres capaz de sentir. El mayor de tus males es, sin duda, mi presencia, que siempre ha sido un estorbo para tus placeres. Abre los ojos, y fijate en quien soy; no se derraman lágrimas tan tiernas por un desdichado a quien se traiciona y se abandona cruelmente." Ella besaba mis manos sin cambiar de postura.

"Inconstante Manon—continué aún—, mujer ingrata y sin fe, ¿qué se ha hecho de tus promesas y de tus juramentos? Amante mil veces voluble y eruel, ¿qué has hecho de aquel amor que me jurabas hoy mismo? Justo Dios!—agregué—, ¿así se burla de ti una ingrata después de haberte invocado tan santamente? ¿Entonces es que el perjurio se recompensa? ¿La desesperación y el abandono están reservados para la fidelidad y la cons tancia ?" Pronuncié estas palabras después de tan amargas reflexiones, que, a pesar mío, dejé escapar algunas lágrimas. Manon lo advirtió por la alteración de mi voz. Por fin rompió el silencio, y dijo con tristeza: "Debo de ser muy culpable cuando Lathy