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sición especial de mi espíritu, me sentí conmovido ante la ingenuidad de su relato y aquella manera bondadosa y franca con que me contaba hasta los detalles que más me podían ofender. "Peca sin malicia —me decía a mí mismo—; es ligera e imprudente, pero recta y sincera." Añadid a esto que el amor bastaba para hacerme cerrar los ojos a todo. Hallábame muy satisfecho con la esperanza de quitársela aquella misma noche a mi rival. Sin embargo, le pregunté: "¿Y con quién pensabas pasar la noche?" Aquella pregunta, hecha con tristeza, la desconcertó; sólo me respondió con "peros" y "si" interrumpidos.

Me compadecí de su pena, y, cortando la conversación, le declaré abiertamente que esperaba se fuese conmigo en aquel punto y hora. "Estoy dispuesta—me dijo—; pero, entonces, es que no apruebas mi proyecto?" "No es ya bastante—repuse yo que apruebe todo lo que has hecho hasta ahora?" "Y no nos llevaremos ni los diez mil francos?—replicó ella: Me los ha dado; son míos." Yo le aconsejé que renunciara a todo y nos fuésemos en seguida, pues aunque apenas hacía media hora que estaba con ella, temía la vuelta de G M Ella insistió tan porfiadamente en no salir con las manos vacías, que me creí en el deber de acceder a algo, ya que ella tanto había cedido.

Mientras nos preparábamos para la partida of llamar a la puerta de la calle. No dudé un momento de que fuese G M, y en la turbación y alty