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que me produjo aquella idea, dije a Manon que era hombre muerto si se presentaba. Con efecto, no me había yo rehecho lo suficiente de mi indignación para contenerme a su vista. Marcelo cortó mi apuro entregándome una carta que le dieron para mí en la puerta: era de T.

Me comunicaba que G M había ido a su casa a buscar el dinero, y aprovechaba su ausencia para darme cuenta de una idea muy divertida.

A su juicio, la mayor venganza que podría tomar de mi rival era comerme su cena y dormir aquella noche en la cama misma que él contaba ocupar con mi amante; que el proyecto le parecía bastante fácil si podía procurarme tres o cuatro hombres suficientemente decididos que le detuviesen en l calle y me fuesen lo bastante fieles para vigilarie hasta la mañana; que él le entretendría aún una hora, por lo menos, con razones que tenía preparadas para cuando volviera.

Enseñé la carta a Manon y le conté la astucia de que me había servido para poder introducirme con libertad en su cuarto. Mi invención y la de T le parecieron admirables. Nos reímos de ellas a placer durante unos minutos; pero cuando le hablé de la última como de una tontería, me respondió ella que insistiera seriamente en aceptarla como una cosa que la encantaba. En vano le pregunté de dónde quería que yo sacase gente a propósito para detener a G M y vigilarle fielmente. Ella me dijo que, por lo menos, debíamos intentarlo, ya que T nos garantizaba como míSay