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jamás a los herederos de la casa de G M.

Después de aquella averiguación, el viejo, furioso, volvió a subir precipitadamente a nuestro cuarto. Entró en el gabinete, donde halló sin dificultad el dinero y las alhajas. Volvió hacia nosotros echando chispas, y mostrándonos lo que él quiso llamar nuestro latrocinio, nos abrumó con los mayores ultrajes. Enseñó a Manon el collar de perlas y las pulseras.

"Reconocéis esto?—le dijo, con sonrisa burlna. No era la primera vez que lo veíais. Sori las mismas joyas; os gustaban; estoy convencido. ¡Pobres criaturas! añadió—; son bien simpáticos uno y otro; pero un poco desaprensivos." Mi corazón reventaba de coraje ante aquellos insultos. ¡Qué no hubiera yo dado, ¡Dios mío!, por estar libre un momento! Pero haciéndome una extrema violencia, que no era más que un refinamiento de furor, díjele, en tono moderado: "Caballero, terminemos esas burlas insolentes. De qué se trata? ¿Qué pretendéis hacer con nosotros?" "Se trata, señor caballero—me respondió, de ir de aquí derechos al Châtelet. Manina será de día, veremos más claro en nuestros asuntos, y confío en que me haréis el favor, al fin y al cabo, de decirme dónde está mi hijo." Sin mucho esfuerzo comprendí que era para nosotros de terribles consecuencias el que nos encerraran en el Châtelet. Preví, temblando, todos los peligros. A pesar de mi orgullo, comprendí que debía doblegarme al peso de mi suerte y haMall,