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tiranía, es lo que me lleva al extremo de la desesperación." Los arqueros nos rogaron que no les hiciéramos esperar n.ucho. Tenían un coche a la puerta. Tendí la mano a Manoh para bajar. "Ven, reina mía querida—le dije—; ven a someterte a todo el rigor de nuestra suerte. Querrá acaso el cielo concedernos algún día más feliz." Partimos en el mismo coche; ella se echó en mis brazos. Yo no le había oído pronunciar una sola palabra desde la llegada de G M; pero, al verse sola conmigo, me dijo mil ternezas, reprochándose ser la causa de mi desgracia. Yo le ase guré que no me quejaría de mi suerte mientras ella no dejara de amarme.

"No soy yo quien es digno de compasión—continué; unos cuantos meses de cárcel no me asustan lo más mínimo, y siempre es preferible el Châtelet a San Lázaro. Por ti, alma mía, es por quien se interesa mi corazón. ¡Qué suerte para una criatura tan encantadora! ¡Cielos! ¿Cómo tratáis con tanto rigor a la más perfecta de vuestras obras? ¿Por qué no hemos nacido uno y otro con cualidades dignas de nuestra desgracia? Tenemos talento, gusto, sentimientos... ¡Ay, cuán tristemente las empleamos, mientras que tantas almas bajas y dignas de nuestra suerte gozan de todos los favores de la fortuna!" Estas reflexiones me traspasaban de dolor; pero no eran nada en comparación con las que se referían al porvenir, pues temía todo por Manon. Ella ya había estado en el hospital, y aun cuando huTipically