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ma entrevista. Añadió que me creía completamente libre de Manon; pero que, sin embargo, le sorprendía mucho no saber nada de mí hacía ocho días. Mi padre no se dejó engañar; comprendió que en el silencio de que se dolía había algo que escapaba a la penetración de Tibergo, y puso tanto empeño en descubrir mis huellas, que, dos días después de su llegada, sabía que estaba en el Châtelet.

Antes de recibir su visita, que estaba muy lejos de esperar tan pronto, recibí la del jefe de Policía, o, para decir las cosas por su nombre, sufrí su interrogatorio. Me hizo algunos reproches, pero no fueron duros ni groseros. Me dijo con suavidad que se lamentaba de mi mala conducta; que había tenido poca prudencia al enemistarme con un hombre como G M; que, realmente, había observado con agrado que en mi asunto había más imprudencia y ligereza que malicia; pero que, con todo, era la segunda vez que me veía sujeto a su fuero, y que suponía que me habrían hecho ser un poco más formal los dos o tres meses de lección en San Lázaro.

Encantado de tener que habérmelas con un juez razonable, me expliqué con él de manera tan respetuosa y moderada, que me pareció muy satisfecho de mis respuestas. Me dijo que no debía entregarme demasiado al pesar y que estaba dispuesto a favorecerme teniendo en cuenta mi nacimiento y mi juventud. Atrevíme a recomendarle a Manon, haciéndole el elogio de su dulzura y de su buen caKatty i inalty