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rácter. El me respondió, riendo, que aún no la había visto, pero que la pintaban como una persona peligrosa. Aquella frase excitó de tal modo mi ternura, que le dije mil cosas apasionadas en defensa de mi pobre amante, y hasta no pude evitar derramar algunas lágrimas. El ordenó que me condujeran a mi habitación. "I Amor, amor!—exclamó aquel grave juez viéndome salir, no te podrás nunca reconciliar con la cordura?" Ocupado estaba con mis tristes pensamientos, y reflexionando en la conversación tenida con el jefe de Policía, cuando of abrirse la puerta de mi cuarto: era mi padre. Aunque debía estar preparado para la visita, puesto que la esperaba pocos días después, me emocionó tan vivamente, que me habría precipitado al fondo de la tierra si ésta se hubiera abierto a mis pies. Le abracé con todas las muestras de una extrema turbación. Se sentó sin que ninguno de los dos hubiéramos abierto la boca.

Como yo permanecía en pie, con los ojos bajos y la cabeza descubierta, díjome con seriedad: "Sentaos, caballero. Gracias al escándalo de vuestro libertinaje y de vuestras bribonadas he descubierto el sitio en que vivíais. Le ventaja de un mérito como el vuestro es no poder permanecer oculto; vais a la celebridad por un camino seguro. Espero que el término no tardará en ser la Gréve, y, efectivamente, tendréis la gloria de veros expuesto a la admiración de todo el mundo." Yo no contesté. El continuó:

"¡Qué desgracia la de un padre que, después de Dyball,