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gen más viva del dolor. Iba vestido con mucha sencillez; pero a la primera ojeada se descubría en sus maneras al hombre distinguido y educado. Me acerqué a él. Se levantó y advertí en sus ojos, en su cara y en todos sus movimientos un aire tan noble y tan fino, que me sentí inclinado naturalmente a quererle.

—No quisiera molestaros—dije sentándome a su lado. Queréis ser tan amable que satisfagáis la curiosidad que siento por conocer a esa linda persona, que no me parece hecha para el triste estado en que la veo?

Respondióme honradamente que no podía decir quien era ella sin darse él mismo a conocer, y que tenía sus razones para desear conservar el incógnito.

—Puedo deciros, sin embargo, lo que esos miserables no ignoran—continuó, señalando a los arqueros; y es que la amo con una pasión tan violenta, que me hace ser el más desgraciado de los hombres. Lo he intentado todo en París para conseguir su libertad. Las solicitudes, la astucia y la violencia me han sido inútiles; he tomado el partido de seguirla, aunque vaya al fin del mundo. Me embarcaré con ella. Iré a América.

Pero la mayor inhumanidad de estos cobardes canallas—agregó, hablando de los arqueroses que no me permiten acercarme a ella. Mi propósito era atacarlos abiertamente a algunas leguas de París. Me había asociado con cuatro hombres que me prometieron su ayuda mediante una canSally |