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vor de Manon. Y no fué, en modo alguno, falta de ánimo, sino efecto del temor que tenía de que aquella proposición le indignase y le sugiriera algún propósito funesto para ella y para mí. Aún no sé si este temor no fué la causa de mis mayores infortunios, impidiéndome sondear la voluntad de mi padre y hacer todos los esfuerzos osibles para lograr que hiciera algo en favor de mi desgraciada amante. Es posible que hubiera excitado su compasión una vez más; quizá le habría puesto en guardia contra las impresiones que iba a recibir, con demasiada facilidad, del viejo G M.

¡Qué sé yo! Mi mal sino acaso hubiera podido más que todos mis esfuerzos; pero, en tal caso, sólo habría podido acusar de mi desgracia a él y a la crueldad de mis enemigos.

En cuanto se separó de mí, mi padre fué a hacer una visita al viejo G M. Le encontró con su hijo, a quien, el guarda de Corps había devuelto honradamente la libertad. Nunca he sabido detalles de su conversación; pero, por sus mortales efectos, no me ha sido muy difícil suponerlos.

Fueron juntos (los dos padres) a ver al jefe de Policía, a quien pidieron dos gracias: una, que me hicieran salir inmediatamente del Châtelet; la otra, que encerrase a Manon para el resto de sus días o que la enviase a América. En aquella época se empezaba a embarcar para el Misisipí a una porción de gente sin oficio ni beneficio. El jefe de Policía les empeñó su palabra de hacer salir a Manon en el primer barco.

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