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contrar nada peligroso en mi avance. Sin embargo, aún estaban a la defensiva. "Tranquilizáos, señores—les dije al abordarlos—; no os hago la guerra; vengo a pediros un favor." Les rogué que continuaran su camino sin desconfianza, y, una vez en marcha, les dije lo que esperaba de ellos.

Se consultaron sobre la manera cómo debían recibir aquella proposición. El jefe tomó la palabra en nombre de todos. Me respondió que tenían órdenes rigurosas de vigilar severamente a sus detenidas; que, sin embargo, yo le parecía un hombre tan agradable, que él y sus compañeros no tendrían inconveniente en suavizar el cumplimiento de su deber; pero que debía comprender i que aquello me costaría algo. Me quedaban unas quince pistolas, y les dije francamente en lo que consistía mi capital. "Bueno—me dijo el arquero; seremos generosos. Sólo os costará un escudo cada hora que habléis con la muchacha que más os guste de las que llevamos; es el precio corriente en París." Yo no les había hablado de Manon, en particular, pues no quería que advirtiesen mi pasión.

Primero supusieron que era un capricho de mozo el que me hacía buscar esparcimiento con aquellas criaturas; pero cuando creyeron advertir mi enamoramiento, aumentaron de tal modo el tributo, que mi bolsa quedó exhausta al salir de Mantes, donde dormimos la noche del día que llegamos a Passy.

¿Os diré cuál fué el deplorable tema de mis Dizal

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