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avaricia. Abandoné mi caballo para sentarme junto a ella. Estaba tan lánguida y tan debilitada, que tardó mucho en poder servirse de su lengua y en mover las manos. Yo las mojé con mis lágrimas; y no pudiendo tampoco proferir palabra alguna, permanecimos los dos en una de las situaciones más tristes de que hay ejemplo. No o fueron menos nuestras expresiones cuando, al fin, pudimos hablar. Manon habló poco; parecía que la vergüenza y el dolor hubiesen alterado los órganos de su voz, que era débil y temblorosa.

Me dió las gracias por no haberla olvidado y por la satisfacción que le proporcionaba—dijo, suspirando el verme una vez más y darme el último adiós. Pero cuando le hube asegurado que no había nada capaz de separarme de ella y que estaba dispuesto a seguirla hasta el fin del mundo para cuidarla, para servirla, para amarla y para unir su destino al mío eternamente, la pobre niña se entregó a sentimientos tan tiernos y dolorosos, que llegue a temer por su vida ante una emoción tan violenta. Dijérase que todas las potencias de su alma le salían a los ojos, que no apartaba de mí. A veces abría la boca, sin fuerzas para acabar una palabra que comenzaba. Escapábansele algunas, sin embargo, y sólo eran muestras de admiración por mi amor, quejas tiernas de su extremo, dudas de que pudiera ser tan feliz que llegara a inspirame una pasión tan honda, ruegos para hacerme desistir de mi propósito de seguirla y para que buscase en otra parte The batty