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puesto que me envían allí como al suplicio? Muramos repitió—o, por lo menos, dame a mí la muerte y ve a buscar mejor fortuna en brazos de otra amante más feliz." "No, no—le dije; para mí es una suerte digna de envidia ser desgraciado contigo." Sus palabras me hicieron temblar. Juzgué que estaba abrumada con toda su desdicha. Me esforcé en aparentar un aire más tranquilo para alejar aquellos funestos pensamientos de muerte y desesperación.

Resolví seguir la misma conducta en lo sucesivo, y he tenido ocasión de comprobar que no hay nada que anime a una mujer como la intrepidez del hombre a quien ama.

Cuando perdí la esperanza de recibir ayuda de Tibergo, vendí mi caballo. El dinero de su venta, unido al que me quedaba de vuestra generosidad, sumaba diez y siete pistolas. Empleé siete en comprar algunas cosillas necesarias para Manon, y guardé cuidadosamente las diez restantes, como base de nuestra f rtuna y de nuestras speranzas en América. No me costó trabajo alguno que me admitiesen en el barco. En aquella época se buscaba gente joven que se uniera voluntariamente a la colonia. Me concedieron pasaje y comida gratis. Como el correo de París salía al día siguiente, dejé una carta para Tibergo. Era conmovedora y capaz de enternecerle hasta el extremo; prueba de ello fué la resolución por él adoptada a su vista, y que sólo podía proceder de un fondo inagotable de ...

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