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Eran unas treinta, pues en El Havre encontramos otro grupo que se unió al nuestro. El gobernador, después de examinarlas despaciosamente, mandó llamar a varios jóvenes de la ciudad que languidecían en espera de una esposa. Dió las más bonitas a los principales y el resto se sorteó. Aún no había hablado a Manon; pero, cuando ordenó a los demás que se retiraran, nos hizo quedar a ella y a mí.

"He sabido por el capitán—nos dijo que estáis casados, y que en el camino ha tenido ocasión de comprender que sois gente de talento y de mérito.

No entro en las causas que os han acarreado esta mala ventura; pero si es cierto que tenéis tanto mundo como indica vuestro aspecto, no escatimaré medio alguno para suavizar vuestra suerte, y también vosotros contribuiréis a proporcionarme alguna distracción en este lugar salvaje y desierto." Le respondí del modo que juzgué más apropiado para confirmarle en la idea que tenía de nosotros. Dió algunas órdenes para que nos prepararan alojamiento en la población y nos invitó a cenar con él. Le diputé muy cortés para un jefe de miserables desterrados. No nos dirigió en público ninguna pregunta sobre nuestras aventuras. La conversación fué general, y, a pesar de nuestra tristeza, Manon y yo nos esforzamos en hacerla agradable.

Por la noche nos hizo conducir al alojamiento que nos habían preparado. Encontramos una mísera cabaña de tablas y de barro, que constaba de Jeally