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porcionado al mal; habría necesitado dinero, y yo era pobre. De otra parte, el triunfo de una revuelta popular era poco seguro, y si la suerte nos era adversa estábamos perdidos sin remedio.

Daba vueltas en mi cabeza a todas estas ideas, comunicando algunas a Manon; concebía otras sin escuchar su respuesta; tomaba un partido y lo rechazaba para tomar otro; hablaba solo, respondía en voz alta a mis propios pensamientos; en fin, estaba en un estado de agitación que no podía comparar con nada, pues no hay nada que le iguale.

Manon tenía su vista fija en mi; juzgaba por mi alteración la gravedad del peligro, y, temblando por mí más que por sí misma, aquella tierna criatura no se atrevía a abrir la boca para expresar sus temores.

Después de infinidad de reflexiones, decidí ir a ver al gobernador para esforzarme en conmoverle por consideraciones de honor y por el recuerdo de mi respeto y de su afecto. Manon quiso oponerse a mi salida, diciéndome con las lágrimas en los ojos: "Vas a la muerte; te van a matar; no te veré más; yo quiero morir antes que tú." Tuve que hacer muchos esfuerzos para convencerla de la necesidad en que me hallaba de salir y de que ella debía quedarse en casa. Le prometí que volvería pronto. Manon ignoraba, y yo también, que sobre ella era sobre quien debía de caer toda la cólera del cielo y la rabia de nuestros enemigos.

Fuí al fuerte; el gobernador estaba con su capellán. Me rebajé, para conmoverle, a extremos Se by