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suspiros que lancé al abrir los ojos, gimiendo de encontrarme entre los vivos, dieron a conocer que aún podía recibir socorro; así lo hicieron, por mi desgracia.

Desde luego me encerraron en una prisión estrecha. Se instruyó mi proceso, y como Manon no parecía, me acusaron de haberme deshecho de ella impulsado por la rabia y los celos. Referí sencillamente mi penosa aventura. Synnelet fué tan generoso, que solicitó mi indulto, a pesar de los transportes de dolor que le produjera mi relato.

Lo obtuvo.

Yo estaba tan débil, que desde la cárcel me ilevaron a la cama, donde permanecí tres meses con una enfermedad grave. Mi odio por la vida no disminuía; constantemente invocaba a la muerte, y durante mucho tiempo me negué obstinadamente a tomar remedio alguno. Pero el cielo, después de castigarme con tanto rigor, quiso que me fueran útiles mis desventuras y sus castigos: me iluminó con sus luces, y volví a tener ideas dignas de mi cuna y de mi educación.

Como la tranquilidad comenzó a reinar en mi alma, aquel cambio contribuyó a que me curara pronto. Me entregué por completo a los preceptos del honor y continué desempeñando mi modesto destino, en espera de los barcos de Francia que van una vez al año a aquella parte de América.

Estaba decidido a volver a mi patria, y en ella reparar el escándalo de mi conducta por una vida ordenada y seria. Synnelet se cuidó de hacer trasSally