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bre el cuarto libro de la "Eneida"; pienso publicarlo, y tengo la pretensión de que será del agrado del público. "Ay!—pensaba al hacerlo, jun corazón como el mío es lo que hubiera necesitado la fiel Dido!" Tibergo vino a verme un día a mi encierro. Me sorprendió el entusiasmo con que hubo de abrazarme. Aún no había tenido pruebas de su afecto que pudieran hacerme considerarle más que como una amistad de colegio, de esas tan frecuentes entre muchachos de la misma edad. Le hallé tan cambiado y tan formado después de los cinco o seis meses que pasara sin verle, que su fisonomía y el tono de su voz me inspiraron respeto. Me habló como consejero sensato más bien que como compañero. Lamentó el extravío en que yo había caído. Me felicitó por mi cura, que supuso avanzada. Finalmente, me exhortó a aprovechar aquel error, propio de la juventud, para abrir los ojos sobre la vanidad de los placeres. Yo le miraba con asombro; él lo notó.

"Querido caballero—díjome, no os digo nada que no sea absolutamente verdad y de lo cual no esté convencido por un serio examen. Yo tenía tanta tendencia como vos a la voluptuosidad; pero, al mismo tiempo, Dios me infundió amor a la virtud. Me he valido de la razón para comparar los frutos de una y otra, y no he tardado mucho en descubrir sus diferencias. La ayuda del cielo ha reforzado mis reflexiones. Ahora siento por el mundo un desprecio que no tiene igual. ¿Adivinaréis ally .