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jugador, le devolvía algo cuando la suerte le favorecía; pero nuestra fortuna era muy escasa para proveer mucho tiempo a gastos tan inmoderados.

A punto estaba de tener una seria explicación con él, para librarnos de sus impertinencias, cuando un funesto accidente me ahorró este disgusto, causándonos otro que nos dejó sin recursos.

Habíamos dormido una noche en París, como solíamos hacer con frecuencia. La criada, que en estas ocasiones quedábase sola en Chaillot, fué a decirme a la mañana siguiente que la casa se había incendiado durante la noche y que había sido muy difícil apagar el fuego. Preguntéle si los muebles se habían estropeado; ella respondió que era tal la confusión causada por la multitud de extraños que acudieron a prestar auxilio, que no estaba segura de nada. Yo me eché a temblar por el dinero, que guardábamos en una caja pequeña. Sin pérdida de momento me trasladé a Chaillot. ¡Diligencia inútil! La caja había desaparecido.

Entonces comprendí que se puede amar al dinero sin ser avaro. Aquella pérdida me causó un dolor tan vivo, que cref perder la razón. Comprendí súbitamente las nuevas desventuras a que me iba a exponer: la indigencia era la menor. Conocedor de Manon, ya tenía la experiencia de que, si me era fiel y adicta en la fortuna, no podría contar con ella en la miseria; le gustaban demasiado la abundancia y los placeres para sacrificármelos.

"La perderé!—exclamaba—. Desgraciado caballero! ¡Vas a perder lo único que amas!" Aquel Swathy