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pensamiento me torturó de tal modo, que durante unos momentos estuve dudando si terminar con mis males dándome la muerte.

Sin embargo, tuve la suficiente presencia de ánimo para tratar de examinar primero si no me quedaba ningún recurso. Dios me sugirió una idea que contuvo mi desesperación: creí que no me sería difícil ocultar nuestra pérdida a Manon, y que, bien valiéndome de alguna industria o por algún capricho del acaso, podría sostenerla con la dignidad suficiente para que no sintiera la necesidad.

"He calculado—decía para consolarme—que veinte mil escudos nos bastarían para diez años; supongamos que ya han transcurrido y que ninguno de los cambios que yo esperaba se ha efectuado en mi familia. ¿Qué partido tomaría? No lo sé, ciertamente; pero lo que pudiera hacer entonces, quién me impide hacerlo ahora? ¡Cuántas personas viven en París que no tienen ni mi talento ni mis cualidades naturales, y que, sin embargo, viven de sus recursos!

No arregla la Providencia las cosas muy sabiamente ? añadía, reflexionando sobre los diferentes estados de la vida. La mayoría de los grandes y de los ricos son tontos; esto es evidente para el que conozca un poco el mundo. Luego hay una justicia admirable. Si a las riquezas unieran el talento, serían demasiado dichosos, y el resto de los hombres demasiado míseros. A éstos se les conceden las cualidades del cuerpo y del alma para que puedan salir de de la miseria y de la