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respuesta me hizo comprender que tenía noticia de mis aventuras, y quizá también de mi nombre. Le rogué que se explicase. El me dijo, naturalmente, que le habían informado de todo.

Aquel convencimiento fué el más duro de los castigos. Vertí un torrente de lágrimas, con todas las muestras de una desesperación horrible. No podía consolarme de una humillación que iba a convertirme en la irrisión de quien me conociera y en la vergüenza de mi familia. Pasé ocho días en el más profundo abatimiento, sin ser capaz de escuchar nada ni de ocuparme de otra cosa que de mi oprobio. El mismo recuerdo de Manon no añadía nada a mi dolor. Por lo menos, sólo entraba en él como un sentimiento que precediera a esta nueva pena, y la pasión dominante de mi alma era la vergüenza.

Pocas personas hay que conozcan la fuerza de estos movimientos particulares del corazón. El común de las gentes sólo es sensible a cinco o seis pasiones, a las cuales se reducen sus agitaciones y en cuyo círculo gira su vida. Quitadles el amor y el odio, el placer y el dolor, la esperanza y el temor, y no sentirán nada. Pero las personas de un carácter más noble pueden ser movidas de mil modos distintos: parece como si tuvieran más de cinco sentidos y pudiesen recibir ideas y sensaciones que traspasan los límites ordinarios de la naturaleza. Y como tienen conciencia de esta superioridad sobre lo vulgar, siéntense muy celosas de ella.

De ahí que soporten con tan poca paciencia el desTith