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precio y la burla, y que la vergüenza sea una de sus más violentas pasiones.

Yo tuve esta triste ventaja en San Lázaro. Mi tristeza pareció tan excesiva al superior, que, temiendo sus efectos, creyó deber tratarme con mucha dulzura e indulgencia. Me visitaba dos o tres veces al día. Me llevaba a menudo consigo para dar una vuelta por el jardín, y su celo se manifestaba en exhortaciones y consejos saludables. Yo los recibía con dulzura, y le demostraba mi agradecimiento, de donde él sacaba la esperanza de mi conversión.

"Sois de un natural tan dulce y tan amable—dijome un día—, que no puedo explicarme las faltas de que os acusan. Dos cosas me chocan, sobre todo:

una, cómo con tan buenas cualidades os habéis podido entregar al exceso del libertinaje; otra, y es la que me asombra más, cómo recibís mis consejos con tanto agrado después de haber vivido varios años con hábitos de desorden. Si es arrepentimiento, sois una prueba evidente de la misericordia divina; si es buen natural, por lo menos tenéis un fondo excelente, el cual me hace esperar que no necesitaremos reteneros aquí mucho tiempo para atraeros a una vida seria y honrada." Quedé encantado de la opinión en que me tenía.

Resolví afianzarle en ella con una conducta que pudiera satisfacerle, convencido de que era el me dio más seguro de abreviar mi encierro. Le pedí libros. Le sorprendió, al dármelos a elegir, que me decidiese por algunos autores serios. Fingí apliJially