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PIGAFETTA

§ XVIII. El afán de instruirse igualaba al saber de nuestro autor y aun le sobrepujaba. Tenemos una prueba en el estudio que hizo, durante su viaje, de los diferentes idiomas de los pueblos que visitó, hasta el punto de formar vocabularios más o menos extensos a medida que encontraba ocasión.[1]

Procuraba enterarse siempre de las cosas por sí mismo, y así lo demostró en frecuentes ocasiones durante la realización de las misiones particulares de que fué encargado cerca de los reyezuelos de las islas que la escuadra visitó. Veremos por su relato que nunca dejó de recorrer los campos para examinar el cultivo de las principales producciones del país, de las cuales escribió la historia natural lo menos mal que pudo, sin la precisión de un botánico, es cierto, pero con toda la exactitud de un hombre de buen sentido. No limitándose a lo que se presentaba ante sus ojos, se esforzaba en instruirse sobre las comarcas donde la escuadra no anclaba, por los indios que voluntaria o forzosamente navegaban con él. Es preciso, por tanto, convenir en que no tenía conocimientos bastante extensos de Historia natural y de Física para apreciar debidamente cuanto veía y para distinguir la verdad de las fábulas y mentiras que le contaron sobre cosas prodigiosas, sobre los orejones, sobre las amazonas, sobre los pigmeos, etc., de los que con la mayor buena fe hizo ridiculas descripciones.

§ XIX. Pero aunque no fuese hábil físico ni buen naturalista ni excelente astrónomo, como lo son, generalmente, los navegantes de nuestros días, Pigafetta estaba lejos de merecer el injurioso desprecio con que le quiso cubrir De Paw, quien le llama un exagerado ultramontano, crédulo e ignorante, que, sin empleo y sin carácter, hizo su excursión en el navio Victoria.[2]


  1. Véase el párrafo XXXII de esta Introducción.
  2. Recherches sur les Américains, tomo I, pág. 289.