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LIB.
PIGAFETTA

13 de diciembre. — Entramos en este puerto (1) el día de Santa Lucía, 13 de diciembre.

Estaba entonces a mediodía el Sol en nuestro cénit, y sufríamos con el calor mucho más que al pasar la línea.

La tierra del Brasil, abundante en toda clase de pro- ductos, es tan extensa como España, Francia e Italia juntas; pertenece al rey de Portugal.

Los brasileños. — Los brasileños no son cristianos, pero tampoco son idólatras, porque no adoran nada; el instinto natural es su única ley. — Su longevidad: Viven muchísimo tiempo; los viejos llegan ordinaria- mente hasta los ciento veinticinco años, y algunas veces hasta los ciento cuarenta (2). — Sus costumbres: Van desnudos del todo, lo mismo las mujeres que los hom- bres. — Sus casas: Sus habitaciones consisten en an- churosas cabanas, a las que llaman boi, y se acuestan sobre mallas de hilo de algodón llamadas hamacas, colgadas por los dos extremos de gruesas vigas. La chimenea está en la tierra. Uno de estos 60/5 alberga algunas veces hasta cien hombres con sus mujeres y niños, y, por consecuencia, hay en ellos siempre mucho ruido. — Sus barcos: Los llaman canoas y están hechos de un tronco de árbol ahuecado por medio de una piedra cortante, usada en vez de las herramientas de hierro, de las cuales carecen. Son tan grandes estos árboles, que en una sola canoa caben treinta y aun cua- renta hombres, que bogan con remos parecidos a las palas de nuestros panaderos. Al verlos tan negros, des- nudos completamente, sucios y calvos, se les hubiera tomado por marineros de la laguna Estigia.

(1) En seguida se llamó Rio Janeiro.

(2) Vespucio cuenta la misma cosa; dice también cómo por medio de guijarros le calcularon sus años, y cómo le probaron su longevidad presentándole el hijo, el padre, el abuelo y el tatar- abuelo, todos vivos. (Lettres d'Americ Vespuce, en Bartolozzi, loe. cit.)