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Acta de Benedicto XV

La casa donde vivía, ubicada en una colina en las afueras de la ciudad, pronto floreció como una famosa academia para los eruditos ansiosos por conocer los Libros Sagrados. De allí vinieron esos sabios intérpretes de las Escrituras, que formaron a sus discípulos en la misma disciplina: Zenobio, Maraba, San Isaac de Amida, que merecían, por la profundidad y el número de sus escritos, el sobrenombre de "Grandes".[1]. Desde ese retiro se extendió la fama de la doctrina y santidad de Efrén, tanto que cuando fue a Cesarea Basilio, sabiendo de su llegada por inspiración divina, lo recibió con grandes signos de reverencia. y mantuvo con él dulces conversaciones sobre cosas divinas[2]. Se dice que en esa ocasión Basilio lo ordenó diácono con la imposición de manos[3].

Desde su retirada a Edesa Efrén nunca salió, excepto en los días establecidos para dirigir a la gente esos fuertes discursos con los que defendió los dogmas de la fe contra las herejías de la época. Por humildad, no se atrevió a aspirar al sacerdocio, sino que prefirió imitar a Esteban en el diaconado, el grado más bajo a la perfección. Enseñó incansablemente las Escrituras y se dedicó a predicar la palabra de Dios; él enseñó a las vírgenes consagradas a Dios el canto de los salmos; todos los días escribía comentarios para la explicación de la Biblia y para celebrar la fe ortodoxa; ayudó a sus compatriotas, especialmente a los pobres y miserables; primero puso en práctica, lo mejor que pudo, lo que tenía que enseñar a otros, para ofrecer en sí mismo ese modelo de santidad que Ignacio Teóforo propone a los levitas cuando solo los llama diáconos, es decir, «comando de Cristo»[4], diciendo que expresan «el misterio de la fe en una conciencia pura»[5].

¡Qué grande y cuánta caridad activa mostró a sus hermanos durante la severa hambruna, a pesar de que estaba cargado de años y agotado por el duro trabajo!

  1. Sozom., Hist. eccl. 1. III, c. XV.
  2. S. Greg. Nyss. op. cit. c. IV, n. 17.
  3. Vit. S. Basil. M. quae attrib. S. Amphilochio
  4. S. Ignat., Ep. ad Thrall. n. III.
  5. I Tim. c.III, 9.