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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

En el PDF figura como página la 463, pero se trata de una errata pues debe ser la 462

Salió de la casa donde durante tantos años había vivido una vida más celestial que humana y corrió hacia Edesa. Con palabras muy severas, que a Gregorio de Nisa le parecieron «como una llave hábilmente forjada de una manera divina»[1] para abrir los corazones y las arcas de los ricos, reprocha a quienes habían escondido el trigo y les ruega que, al menos, con lo superfluo alivien la escasez de los hermanos. Con estos ruegos los ricos, más que por la necesidad de los conciudadanos, fueron sacudidos por su autoridad. Con el dinero recaudado, Efrén preparó los lechos para aquellos que estaban acosado por el hambre, colocándolos debajo de las arcadas de Edesa; refrescó a los que estaban exhaustos; y ayudó a los peregrinos que venían de todas partes de la ciudad en busca de pan[2]. Realmente, ¡se habría dicho que la Providencia lo había puesto en defensa de su tierra natal! No volvió a su soledad hasta el año siguiente, cuando la nueva cosecha había asegurado una abundancia de alimentos.

Absolutamente digno de mención es el testamento que dejó a sus conciudadanos, en el que su fe, su humildad y su singular amor por la patria son claramente evidentes. «Yo, Efrén, voy a morir. Con temor y respeto, les exhorto, oh habitantes de la ciudad de Edesa, que no permitan que me entierren en la casa de Dios o debajo del altar. No es conveniente que un gusano que bulle en la purulencia, sea enterrado en el templo y santuario de Dios. Envolvedme en mi túnica y en la capa que siempre he usado. Acompañadme con salmos y oraciones, y dignaos hacer asiduas ofrendas por mi pequeñez. Efrén nunca ha tenido bolsa, ni báculo, ni alforja, ni plata ni oro, ni ha comprado ni poseído bienes en la tierra. Entrego mis preceptos y enseñanzas para que mis discípulos los pongan en práctica y no se aparten de la fe católica. Sed firmes, especialmente con respecto a la fe; tened cuidado con los adversarios, es decir, con los trabajadores de la iniquidad, con los traficantes de palabras vacías y con los seductores. Y bendita sea vuestra ciudad en que vivís. Pues Edesa es Ciudad y Madre de Sabios». Así Efrén dejó de vivir; pero su memoria no se extinguió, que siempre permaneció en bendición en toda la Iglesia universal.

  1. S. Greg. Nyss. op. cit. c. vi, n. 23.
  2. Sozomen. op. cit. 1. III, c. xv.