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QUO VADIS

yendo continuamente nuevos grupos, los cuales al escuchar aquel grito, lo repetían.

Y de boca en boca circulaba la noticia de que la persecución había empezado desde antes de mediodía y que había ya presos una multitud de incendiarios; y antes de mucho, por todas las antiguas calles, por las que acababan de ser despejadas de escombros, por las callejuelas que formaban sendos hacinamientos de ruinas al rededor del Palatino, y por los montes y jardines, dejóse oir, en toda la extensión de Roma, el grito enfurecido de: —¡A los leones con los cristianos!

—¡Vil manadal—repetía Petronio con desprecio;—¡pueblo digno de tu César!

Y púsose á pensar que en breve no podría seguir subsistiendo una sociedad cuyos únicos fundamentos eran la fuerza superior, la crueldad en forma tal que ni los mismos bárbaros eran capaces de concebirla, los crímenes y una depravación desatentada.

Roma gobernaba el mundo, es cierto; pero á la vez era la úlcera del mundo.

De ella emanaban ya las pestilencias de un cadáver.

Por sobre su decadente existencia empezaba ya la muerte á cerner sus alas sombrías.

Y más de una vez ideas semejantes á éstas habíanse manifestado aún entre los mismos augustianos, pero jamás, antes de ese momento, había penetrado al espíritu de Petronio con más fuerza esta verdad; que el carro cubierto de laureles sobre el cual Roma descansaba en actitud triunfal y que arrastraba tras de sí un encadenado hato de naciones, iba en derechura al abismo.

La existencia de aquella ciudad señora del mundo presentábasele como una danza loca, una verdadera orgía, que tocaba ya á su término.

Y ahora comprendía que solamente los cristianos traían consigo bases nuevas para la vida; pero al mismo tiempo