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QUO VADIS

Y todavía la cuestión acerca de si existían los diosesdesde que implicaba incredulidad—estaba destruyendo á la juventud.

Lucano entre tanto había logrado aventar todo el polvo de oro que cubriera los cabellos de Nigidia, la cual, en el colmo de la ebriedad, estaba durmiendo. En seguida tomó guirnaldas de yedra del vaso que tenía delante, se las colocó á la mujer dormida y terminado esto, dirigió á los presentes una mirada satisfecha é inquisidora. El mismo se decoró luego con hiedra, repitiendo entre tanto con voz de profundo convencimiento: —Yo en manera alguna soy hombre: soy un fauno.

No estaba borracho Petronio; pero Nerón, que había bebido poco al principio, por consideración á su voz «celestial, hacia el fin de la fiesta empezó á vaciar copa tras copa hasta quedar ébrio. En ese estado quiso cantar más versos suyos, esta vez en griego;—pero se le olvidaron, y por equivocación cantó una oda de Anacreonte. Acompañábanle Pitágoras, Diodoro y Terpnos, pero no pudiendo llevar bien el compás, se detuvieron. Nerén, como crítico y como esteta, hallábase encantado de la belleza de Pitágoras, y empezó á besarle extasiado las manos.

—Solo una vez he visto manos tan hermosas,—dijo.—¿Cuáles fueron?

Y llevándose la palma de la mauo á la sudorosa frente, trató de recordar. Después de un momento vióse reflejado el terror en su semblante.

¡Ah, sil Las manos de su madrel... ¡De Agripinal Y una como tétrica visión pareció apoderarse de él y llenarle de espanto.

—Dicen, —repuso después, —que ella vaga errante, á la luz de la luna, sobre el mar, en los alrededores de Bayas y de Bauli. Se pasea simplemente; se pasea como si bus case algo. Cuando llega cerca de algún bote, lo mira y se aparta; pero el pescador sobre quien fija la vista, muere.

—No es mal tema,—dijo Petronio.