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del motive, y en él permanecía, a pesar del frío de la noche, con los ojos fijos en su ventana. Me era penoso volver a casa si no había entrevisto su sombra a través de los visillos, u oído uną nota de su piano o el extraño timbre de su voz.

El salón del departamento que ocupaba ella por la noche estaba junto a mi habitación. Sólo los separaba una gruesa puerta de encina cerrada ech dos cerrojos. Yo podía oír confusamente el rumor de sus pasos, el roce de su vestido, el susurro de las hojas del libro vueltas por sus dedos. Hasta me parecía algunas veces oír su respiración. Instintivamente, había yo colocado junto a la puerta mi mesa de escribir y mi lámpara, porque me sentía mencs solo oyendo aquellas ligeros movimientos de vida en derredor mío.

Parecíame vivia acompañado de la desconocida aparición que llenaba insensiblemente todos mis días. En una palabra: tenía en secreto todos los pensamientos, todas las oficiosidades, todos los refinamientos de la pasión antes de haber siquiera sospechado que amaba. No estaba, para mí, el amor, en tal o cual síntoma, en tal mirada, en tal confidencia, en tal circunstancia exterior, contra los cuales habría podido precaverme. Estaba, como los miasmas invisibles esparcidos por la atmósfera, en el aire que me rodeaba; en la luz; en la estación que se extinguía; en el aislamiento de mi existencia; en la proximidad misterica de aquella otra existencia que también parecía aislada; en aquellas largas caminatas que