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XIV

Pero estaba mi corazón demasiado lleno de sus propias impresiones para que pudiesen interesar le aquellas soledades. El ascetismo y el entusiasmo de los primeros monasterios viníeron a convertirse en una profesión. Más tarde, las vidas sin lazos de fraternidad ni utilidad para el mundo se evaporaron en los claustros y no dejaron trazas ni lamentaciones sobre las tumbas. Sólo admiraba yo la prontitud con que la Naturaleza se apodera de los lugares vacíos y las moradas abandonadas por el hombre, y cuán superior e.su arquitectura viviente de arbustos que arraigan en los cimientos, zarzas, hierbas flotantes, alhelíes colgantes, plantas trepadoras que tienden su tupido manto sobre las brechas de los muros, a la fría simetría de las piedras y a la decora ción muerta del cincel de los hombres. Había más sol, más perfumes, más murmurios, más santas salmodias de los vientos, de las aguas, de los pájaros, de los ecos sonoros del lago y de los bosques entre las columnas ruinosas, en las naves desmanteladas y bajo las bóvedas desgarradas, que antaño fulgores de cirio, vapor de incienso y cantos monótonos en las procesiones que las poblaban día y noche. La Naturaleza es el gran sacerdote, el gran decorador, el gran poeta sacro y el gran músico de Dios. El nido de golon-