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paciente, porque es absoluto y se siente eterno.

Para arrancármele habría habido que arrancarme el corazón. Yo sentía aquella imagen tan mía como la luz es de los ojos una vez que la han mirado, como el aire es del pecho cuando le hemos respirado, como el pensamiento es del alma cuando ella le ha concebido. Yo retaba al mismo Dios a arrebatarme ya aquella aparición de mis deseos. La había visto y era bastante; para la contemplación, ver es gozar. Casi no me importaba que me amase o que pasara ante mis ojos sin advertirme. Su resplandor me había cegado y yo quedaba envuelto en sus rayos. Ni ella podía retirarlos de mí, como el Sol no puede recoger la luz con que ha inundado a la Naturaleza. Me parecía que no volvería a haber noche ni frío en mi corazón, aunque viviese un millar de años, porque ella luciría siempre como lucfa en aquel momento.

XVII

Esta convicción daba a mi amor la seguridad de lo inmutable, la calma de la certidumbre, la plenitud de la infinito, la desbordante embriaguez de una alegria que no se amortiguaría jamás. Dejaba pasar las horas sin contarlas, convencido de que ante mí habia horas sin fin. Cada una de ellas mantendría en mí eternamente aque lla presencia interior. Podía separarme durante