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Amalia D. Soler

¿Por qué vejez prematura
le quita el brillo á sus ojos?
¿Halló en su camino abrojos
que hirieron su corazón?
Los debió hallar, porque solo
sufriendo agudo tormento,
se adquiere ese desaliento
que deja la decepción.
Escribe, y de vez en cuando
lee en alta voz; escuchemos,
y de este modo sabremos
la causa de su inquietud.
Que deben ser muy curiosas
y bien tristes sus querellas,
cuando han marchitado ellas
la flor de su juventud.


— ¿A quién podré contarle la lucha de mi vida?
¿A quién podré decirle la historia de mi ayer?
¿A quién mejor que al hombre que en noche bendecida
calmó con sus palabras mi horrible padecer!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
«Escucha, noble anciano, tal vez en tu memoria
le guardas un recuerdo al triste pecador,
que te contó en su duelo, su dolorosa historia,
manchada con un crimen, un crimen por amor.
¡Oh! sí, sin duda alguna, te acuerdas del tormento,
de aquel dolor sin nombre que yo te describí,
y aun creo que te escucho cuando con dulce acento
dijistes: «¡Desgraciado! ¡Jesús murió por tí!
»La paz de tu existencia la tienes en tu mano,
»la sombra de tu vida la ahuyenta clara luz!