Página:Relaciones contemporáneas - Ortega Munilla (1919).pdf/102

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
96
 

fué principalísima dama. Pero sus actuales disgustos y el enojo ocasionado por el cambio de vida dábalos por bien empleados, pues ayudaba con ello a su hijo. En medio de sus desastres, que habían helado en el alma de la vieja todos los entusiasmos, únicamente le quedaba uno: del amor maternal. La señora Rosario adoraba a su hijo con una admiración singular. El pobre Evaristo era tan bueno como desgraciado. No se le conocía vicio.

Su paga entera iba a la faltriquera de la madre.

¡Cuántas veces Leonarda escuchó de labios de la señora Rosario la relación de sus grandezas pasadas, en que no se omitía el nombre ni el mote de aquellos buenos hidalgos de Garrovillos, participadores, con la narradora, de una época de fe y de dinero, y la descripción de las alegres expediciones a las viñas, coronadas de verdes hojas y de rubios pámpanos! Luego venía el drama, y los colores de oro y rosa con que el idilio se esmalta se entenebrecían, desvaneciéndose súbitamente. Tras la dicha vino el dolor, representado por la enfermedad de Bautista, el padre de Evaristo; por sus tercianas incurables, por la ruina del hogar, por la miseria del arca y la mezquindad de la despensa. Era cuando Evaristo empezaba a crecer, a espigarse. La movible fisonomía de Leonarda expresaba todos los cambios de la conversación. Ora chispeaba con la leticia de las comilonas rústicas sobre la hierba de la feraz Extremadura; ora se enlutaba con las veladas de la esposa que iba poco a poco quedándose viuda; bien con los encarecimientos que la