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madre hacía del hijo y con los arrebatos y efusiones de ternura que causaban la abnegación, la delicadeza y la bondad de Evaristo, los ojos lloraban y sonreían de admiración y júbilo, sintiendo entonces ella allá dentro del pecho la impresión que produce en la epidermis un pedazo de hielo derritiéndoss.

Gustaba mucho doña Rosario de la compañía de Leonarda, y no se oculta al observador que entre ambas mujeres existían los lazos que unen en la tierra a una hermosura agostada y a otra hermosura naciente, conjunto de dos soles, el uno en su ocaso y en su aurora el otro. Lo que deplacía sobremanera a doña Rosario en su sobrina era la incultez del espíritu. ¡Horror de los horrores! ¡Si apenas sabía leer! Además, su lenguaje estaba lleno de palabruchas de mercado y de chulerías del peor gusto, que al salir de los divinos labios de la hermosísima huérfana hacían el efecto d una azucena que oliera a ajo. Doña Rosario se propuso purgar la conversación de la muchacha de horrores, aficionarla a leer, y así la ob'igaba a deletrear novelas terroríficas o cursis, llenas de asesinatos y sensiblerías, de puñales y lágrimas, de bandidos y duquesas, escritas—¡cómo decirlo! en un estilo cortado, que revela una intermitencia cerebral como el goteo de una fontanera mal cerrada. Cual la yesca encendida en la hierba seca prendió la llama de lo maravilloso en la imaginación de Leonarda, que antes estaba limpia y tranquila como la nieve recién caída, y desde an 7 RELACIONES.

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