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. 113 espigadita, con formas robustas, pero sin rotundidez, mostrando en esperanzas los frutos de una juventud espléndida.

Causaba lástima verla en la fuente soportando el cantarillo de encarnado barro que la abrumaba con su pesadumbre, y aun más lástima contemplar cómo trabajosamente subía los doscientos escalones del revuelto y entornillado caracol de la torre con aquella carga en la débil cadera.

III

Empieza el martirio.

La niña trabajaba cuanto podía. La tía Requiescat conjugaba en el lecho el verbo latino que la sirvió de mote, y el tío Basilio, o zarandeaba las campanas en el último piso de la torre, o zarandeaba el vaso de vino en la taberna, hasta que perdía pies y cabeza y empezaba él mismo a zarandearse, si no entregaba las costillas al suelo a la primera ese. En el caso de que esto no ocurriera, a duras penas alcanzaba la altura de su domicilio, y, cayendo y levantando, ascendía por la tortuosa escalera y entraba estrepitosamente en el ahiribitil.

—¡Siempre en la cama—gritaba, señalando con el dedo índice a su mujer, sin interrumpir ese clásico contoneo que produce la embriaguez—, RELACIONES.

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