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ne y tijera, y no sé qué sombra de tristeza que le rodeaba, componían un semblante, si no bello, agradable, especialmente cuando miraba y hablaba (pues él me miró y me habló); y entonces adquirían poderosa animación todas las facciones, combinándose en una armonía extrahumana la dulzura de la voz con la dulzura de las pupilas.

—Adónde se va?—me preguntó después del saludo.

—A Nidonegro—dije, refrenando mi jaca—. ¿Y usted?

—¡Yo!—exclamó con pena, moviendo la cabeza, . como quien tiene lástima de sí propio—. ¡Si no lo sé!

—¡Singular viaje!

—Voy buscando cierto pueblo... y no sé hacia dónde cae. Usted puede que lo sepa.

—¿Cómo se llama ese pueblo?

—Se llama Villasoñada.

—¡Villasoñada! No le oí nombrar nunca.

—Todos me responden lo mismo. Nadie me quiere decir por dónde se irá a Villasoñada. ¿Es esto una conspiración de la humanidad para impedir mi dicha?

Así dijo, entre suspiros y sollozos, y luego se quedó pensativo y mudo, con la cabeza hundida en el pecho y el mirar extraviado. Después alzó la noble y ceñuda frente y se expresó de esta manera:

—A usted le habrán chocado mis palabras.

—Confieso que sí me han llenado de curiosidad y confusiones respondí.