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Tal vez los sucesos de esta historia nos entreguen la clave del secreto.

Narcisa y Eladia entraron en el jardín, que era grande, y se perdieron en las numerosas obscuridades de su alameda, donde mil pájaros piaban, cantaban y reñían entre los árboles.

—¡Eh, señores pajarillos!—dijo Narcisa mirando a lo alto de los árboles. ¡Casta endiablada de murguistas, Apolos con alas, tunantuelos holgazanes, guardad silencio!

Cuatro o cinco de los interpelados salieron de la copa de un plátano y fueron a esconderse en la elevada cima de un álamo blanco, cuyas hojas bicolores agitábanse mansamente, mostrando, ora la carita blanca, ora la obscura, al modo de niña coqueta, que ya nos enseña su rostro enojado y sombrío, ya sonriente, luminoso y sembrado de dulces hoyuelos por la sonrisa. Desde su nuevo escondite reanudaron la inarmónica sinfonía de pitidos, gorjeos, trinos y arrullos. Tórtolas, verderonas, pitirrojos, calandrias y mirlos andaban por allí en graciosa bandada. También el romántico, el poeta melenudo, el galán... ¡el ruiseñor digo! hacía arpegios, modestamente scondido en lo más intrincado del follaje, y el gorrión procaz, y la abubilla de largo pico y ojuelos de señorita, y la orgullosa oropéndola, que busca las soledades, revolaban en lo obscuro de la arboleda... Todos sonaban sus instrumentos canoros, y parecía que estaban enredando una madeja musical, o poniendo en cifra los delirios de Paganini. Ya se podía creer que disputa.

RELACIONES.

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