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te—. Esos pájaros, de un vuelo se van de esta provincia a la de Ciudad Real, y de otro vuelo se vuelven. Pueden más que el diablo.

—¡Dios mío!—exclamó Eladia—. ¡Que no los hayan encontrado!

—Pero, señor, ¿no hay autoridades?, ¿no hay Guardia civil?—interrogó con indignada voz Narcisa.

—¡Ta, ta, ta!—repuso don Melitón—. ¿No te he dicho que pueden más que el diablo? Gracias que los chicos son gente de buen sentido, y a las autoridades nos permiten circular libremente. Si no fuese por su condescendencia, llegaría a Villar Don Lucas el correo una vez al año.

—Pero eso es una infamia—balbuceó Narcisa—.

Eso es vivir gobernada por bandidos.

—No tanto, no tanto, señorita... No os llenéis de temor anticipadamente. Aun no es tarde. Acaso hayan ido los viajeros por la colada real, y entonces no sería extraño que tardasen más. ¿Queréis algo?

—Que usted descanse—dijo Narcisa.

—Adiós—añadió Eladia, sin apartar sus ojos del camino.

—Si ocurre algo, llamadme—repuso el diputado, a tiempo que su caballo, herido por la espuela, partió trotando, con cuyo violento arranque las palabras de su señor salieron completamente dislocadas.

—¡Oh, qué horror!—dijo Narcisa juntando con piadoso ademán las manos—. ¿Habrán caído en poder de los bandoleros?