Página:Relaciones contemporáneas - Ortega Munilla (1919).pdf/30

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
24
 

quinar una noche a su abuelo de usted... y ¡vamos!, ¡que aun deben estar corriendo! Déjenle a mi señor don Sandalio, que teniendo a mano una herramienta, así huirá él como mi padre, que está en el cementerio... A más que don Sandalio va armado.

Ni un momento siquiera prestaron las dos jóvenes atención a las palabras del viejo mayoral. Lejanos rumores que llegaban confusamente hasta ellos las tenían preocupadas, con las pupilas fijas en lo más remoto del camino, y el rostro dilatado por el ansia de oír y ver. Eran algo como galopes de caballos, ruidos secos, que parecían aproximarse a veces y huir poco después.

—¿Serán ellos?—preguntó Eladia.

—Vendrán ya?—dijo también Narcisa.

—Claro es que son ellos—afirmó el mayoral.

—Bonifa, allí aparece un jinete.

—¡Papá?—exclamó Narcisa.

—Angel?—dijo Eladia.

Vióse gran polvareda en un ángulo del camino, y, envuelto en ella, un jinete que corría, corría con desenfrenado galope. Detrás venía otro jinete, y otro detrás.

—¡Ahí están!—gritó alegremente Narcisa.

—¡Por fin!—exclamó Eladia.

1 El verano oficial había venido diez días antes, pero el verano del sol aun no se había dignado asomar su ruborosa faz por los horizontes manchegos.

Las violetas habían muerto, es verdad; pero las azucenas aun no habían salido del capullo en que encierran modestamente su aroma, como perfumis-