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tas que no quieren pagar contribución. Las lilas eran las dueñas del jardín, y a un lado y a otro dal enarenado sendero se saludaban cual buenas vecinas con sus manos moradas, dándose felices tardes; claveles rojos se pavonea ban en los arriates desafiándose unos a otros con orgullo de bravucón jacarandoso, y la obesa petunia se arreglaba el voluminoso volante de su sangriento vestido, quitándose el polvo con que el viento arisco la ensució.

¡Grandísimo tuno es el viento! El es quien hace girar en fantástica ronda el polvo y los papeles que andan por el suelo, oomo si una misteriosa fuerza los impulsara a moverse, y los pedazos de perió dicos vuelan cual si tuviesen alas, que el genio hubiera prestado a la imprenta. El viento fué la causa de que aquella misma tarde en que llegó a Villar Don Lucas Angel Garrido no comiese la familia de Pantoja en el cenador del jardín, como solía, sino en el salón del piso bajo, donde estaban los muebles más antiguos de la casa, recios asientos de nogal labrado, ancha mesa de encina, con patas de hierro, llenas en su base de hojas de acanto repujadas, y un reloj monumental, en cuyo horario algún artista ignoto había pintado el retrato de un hombre, que meneaba los ojos al oscilar el péndulo.

—¡Famosa tarde!—dijo don Sandalio, entrando en el comedor, precedido de Angel—. Yo pensabe que hubiéramos comido en el jardín; pero sí ¡Bueno está el tiempo!

—Hemos traído la tormenta con nosotroshumorísticamente Garrido.

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