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blar la mesa con la sacudida, acercóse al balcón y abrióle al punto.

Notábase en sus movimientos algo de la ligereza infantil, recuerdos de una edad aún no bien terminada, y en sus arranques, de caprichoso origen, no sé qué impremeditación encantadora.

Allí fuera estaba el pobre mirlo calado hasta los huesos y tristemente encogido sobre sus patas.

—¡Adentro, caballerito!—dijo Narcisa metiendo su dedo índice por entre las cañas de la jaula para acariciar al pájaro—. Esta lluvia durará poco.

—Ni cinco minutos—afirmó Pantoja. Ya sale el sol.

Era verdad, que el sol salía entonces, asomando media cara entre los nubarrones grises y echando miradas bizcas a la tierra.

—Aún podremos pasear—dijo Eladia.

Un paseo por el jardín después de la lluviaañadió don Sandalio—, es la cosa más bonita que puede imaginarse. Todo está allí lavadito y nuevo. La lluvia es la modista de las flores... ¿Tomarás café, Angel?... ¡No faltaba más! Aquí no le tomamos porque nos quita el sueño y nos pone nerviosos; pero le tenemos guardado en su bote para cuando viene gente de Madrid... Allí es el café como el maná en el desierto cuando los israelitas le atravesaron. Un sevillano se mantiene con una naranjita, y un madrileño con una taza de esa agua negruzca traída de Oriente.

Sirvieron el café a Garrido, y no hubo pequeñas dificultades para hacerlo. Dos máquinas tenían y UNIVERSITY OF MICHIGAN LIBRARIES