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ninguna se hallaba servible; una de ellas con el tubo de cristal roto, otra con el colador obturado del no uso, fueron declaradas inútiles para el servicio, siendo preciso apelar a un puchero de barro, vidriado a trechos, el cual, puesto al fuego, hirvió, coció, borboteó y dió de sí, no el café deseado, sino el agua negruzca traída de Oriente, de que hablaba don Sandalio.

Cesó la lluvia, y un grato vientecillo agitó las ramas de los árboles, haciéndoles doblarse levemente con suaves oscilaciones; mas despejado el cielo, permitió ver toda la noble cara dal sol, el cual dibujaba sobre la tierra las sombras de las nubes, viajeras celestiales, verdaderos judíos errantes de la atmósfera.

Los comensales abrieron la puerta del comedor que daba al jardín, y un agradable aroma de tierra mojada llenó el aire.

—Paseemos—dijo Pantoja—. Quiero enseñarte la noria de nuevo sistema... Una noria americana, que da vueltas ella sola... Para que veas que soy amigo del progreso, del verdadero progreso.

Iba delante Eladia y a su lado Angel; detrás seguía Narcisa con una sombrilla apoyada graciosamente en el hombro, y por último, cerraba la marcha don Sandalio, con un sombrero inmenso de castor, flexible, y su caña de Indias en la mano.

Según costumbre suya, echó ambas manos atrás, y juntándolas con fuerza, oprimió entre ellas el bastón, haciéndole girar rápidamente. El andar torpe y cansado de Pantoja, la fatigosa respiración