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Nada hay tan obediente como las flores—dijo Narcisa, alzándose con la mano derecha la falda para saltar dentro de un arriate. Ejemplo al canto: Ve usted esta rosa encarnadita, que se esconde entre hojas porque no la descubramos?

Pues bien: la mando yo que se me entregue y... aquí la tiene usted cortada y en mis manos... La mando ahora que busque un sitio bueno donde estar, y... mire usted, mire usted, mire usted cómo se va derecha, derecha, derecha al ojal de su americana de usted. ¿Qué tal?

Lo había hecho como indican sus palabras, sólo que la rosa no llevó a cabo aquel viaje por su voluntad semoviente, sino prisionera entre los dados de Narcisa.

—¿Qué tal?—dijo don Angel, mirando la rosa y la mano que se la prendía—. La flor, obediente, y usted, encantadora.

—Esas son dos flores, amigo; la de usted y la mía. O una u otra sombra—exclamó Narcisa.

» Alguien ha dicho que la frivolidad forma en la mujer parte de la gracia. De aquí, sin duda, el secreto de la gracia hechicera de aquella criatura No tenía ni el aplomo y supremo reposo propio de augusto linaje de las mujeres hermosas, ni esa seriedad grave y reconcentrada bajo la cual arde el apasionamiento, y, sin embargo, en sus vacilaciones injustificadas, en sus decisiones repentinas, había un atractivo ciego y poderoso.

Pasearon arriba y abajo, vieron la noria americana, el pequeño invernadero, la glorieta y el ce-