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Quedas, pues, desacreditado como adivino.

Narcisa me ha dado afectos para ti; se ha puesto muy morena de andar siempre al sol entre las flores del jardín; pero así, con su tez bronceada, sobre las que brillan y hablan con doble elocuencia sus ojos, está más bonita que antes, Ahora mismo he sentido unos pasos leves en el jardín y me he asomado a la ventana de mi cuarto. Allí abajo estaba ella, envuelta en un peinador blanco, con una redecilla de torzal azul sujetándola el cabello, y armada de una regadera, con cuyos chorros iba chapuzando plantas y más plantas. Su padre la llamaba desde dentro, pero ella no respondía, y la he visto durante más de cinco minutos parada, quieta, absorta, con la regadera vacía, inclinada hacia adelante, como si aun estuviese vertiendo por el agujereado çañón el agua; sus pupilas, fijas en el suelo, parecían gravemente ocupadas en contar las arenillas del sendero... Cansado Pantoja de llamar, ha salido él mismo al jardín en mangas de camisa, sobre la que cruzaban los tirantes bordados y un escapulario muy viejo y desteñido. Narcisa ha vuelto de su éxtasis y ha tornado a llenar la regadera.

»Ven a vernos; te lo agradecerá tu aburrido amigo.—ANGEL.»