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«Villar Don Lucas, 10 de agosto.

»Amigo Claudio: El día 14 te esperamos sin falta.

Pasarás con nosotros el día de la Virgen, y después regresarás a Collado Viejo.

Tu carta de ayer me ha extrañado sobremanera. ¡Tú metido a predicador! ¡Tú dejando el compás y el teodolito para coger el libro de las exhortaciones piadosas y el capuchón frailuno! Permíteme que me ría. .

Diez y nueve puntos suspensivos de risa han desahogado mi alma, por la cual hiciste retozar tú ese impulso, y vuelvo a mi carta, es decir, a la tuya.

Me preguntas si ha hecho bien don Sandalio en educar a una de sus hijas en el colegio, y de los más aristocráticos, mientras a la otra la ha dejado en el pueblo entregada a la vulgaridad del trato de cuatro señoritos hidalgos y de media docena de estudiantones con el pelo de la dehesa. Yo qué sé?

¿Está eso en el Código?

Yo no sé por qué encuentras reprensible que un padre eduque a un hijo mejor que a otro, no pudiendo educar a los dos lo mismo, y me maravilla la dureza, injusta a mi ver, con que tratas al pobre don Sandalio por haber hecho esto. Querías que se hubiese quedado el buen señor solo, entregado al desconsuelo de su viudez? El hubiese preferido que Narcisa y Eladia fuesen al colegio; pero eso de separarse de ambas era demasiado fuerte para su amante corazón.