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diente del cuello un desaforado cencerro, con el que mete mucha bulla y mucho miedo al correr.

Suenan mil gritos, y un cohete sube al cielo silbando para estallar en lo alto con seca detonación.

Mas no se alzan los ojos a ver aquella lluvia de flores doradas, sino que, fijos todos en la imponente fiera, delatan la ansiedad, el tamor y el anhelo de buscar un peligro para salvarse luego de él, que constituye el fondo de nuestro nacional carácter. Vuelan las mantas por el aire, y los capotillos de encarnada percalina ábrense como inmensos abanicos de la muerte: el sombrero de terciopelo pasa de la cabeza a la mano y de la mano al suelo, donde nueda entre las pezuñas de la res, que se encabrita y piafa, levantando polvo y mosqueando el rabo; parte el novillo sonando su cencerro, y en aquella aglomeración de toreros se abre un camino limpio y derecho como tirado a cordel, por el cual se precipita el ingeniero armado que le hizo. Gritos en los baleones; vociferaciones abajo; el novillo ha dado el primer revolcón.

Era en aquel balcón grandísimo y boleado, cuyos hierros adornaban palmas rubias y hojarasca de olivo, donde la flor y nata del lugar asistía al heroico espectáculo de la lidia. Estaban delante los hombres, y de cuando en cuando abríase paso por entre ellos un rostro femenino, el cual iba a esconderse poco después, haciendo gestos de miedo.

Quienes con más ahinco palmoteaban, asomando medio cuerpo fuera del balcór, como si fueran a echarse a la plaza, eran aquellos dos muchachueCORRAIAN KUALA JE HORAING